Aunque el rugby es un deporte que ha pisado tres siglos, la historia de su Copa del Mundo es corta. Los torneos se centraban en los que había en ambos hemisferios y, puntualmente, en las giras que las grandes selecciones realizaban a domicilio. La globalización hizo que los rectores de Australia y Nueva Zelanda decidieran organizar un Mundial al estilo de otros deportes, con innegables beneficios económicos. En 1987 se dio la patada inicial a una competición que ponía en juego la Copa Webb Ellis, en conmemoración del inventor de este deporte.
Esa primera edición tuvo como sede los dos países oceánicos y ganador a un equipo de leyenda: los ‘All Blacks’, que vencieron a Francia en la final (29-9). Renunció a participar la Unión Soviética y se prohibió a que lo hiciera Sudáfrica debido a su política de «apartheid», y los partidos no se vieron en Europa en directo: no estaba suficientemente desarrollada la tecnología vía satélite. Aun así, los encuentros tuvieron una audiencia de trescientos millones de espectadores y unos beneficios de un millón y medio de euros de entonces.
Con el paso de los años el interés del deporte oval se ha incrementado. En esta décima edición del Campeonato, todas las cifras han sufrido un incremento mareante. Los «rugbiers» son estrellas internacionales que cobran unos salarios millonarios, generados por unas franquicias completamente profesionalizadas, al igual que todo lo que acompaña a esta actividad.
Un espectáculo global
Organizar este macroevento (pone en liza a 120 selecciones a lo largo de cuatro años, que buscan una plaza entre las veinte finalmente elegidas) tiene una amplia repercusión deportiva y económica. La primera pasa por meter la cabeza entre los grandes de la historia, que ya refrendan su prestigio con títulos. Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica e Inglaterra son los únicos que han inscrito su nombre en el palmarés y, de paso, han recibido los grandes premios. En esta ocasión, el equipo que resulte vencedor en París, el 28 de octubre, se llevará seis millones de euros.
Lo que impacta de manera especial es ver cómo antes del pitido inicial el evento ya ha cubierto su presupuesto de cuatrocientos millones y ha ingresado otro tanto de beneficio. La publicidad y los derechos de televisión son los responsables directos de esta bonanza y, además, se esperan 850 millones de espectadores en todo el mundo y 2,5 en directo en los estadios, que dejarán en el país galo un impacto de 3.500 millones de euros.