Un «oh» acongojado salió de la boca de la comentarista de la NBC el 27 de julio de 2021, en el comienzo de la final por equipos de gimnasia de los Juegos Olímpicos de Tokio. Simone Biles, la gran estrella contemporánea de este deporte, acababa de perder el control en un salto de potro de baja dificultad. Casi aterrizó con las rodillas. «Parecía como si se hubiera perdido en el aire», dijo la narradora. Comunicó a su equipo y a sus compañeras que se salía del concurso por equipos para no perjudicarlas. Anunció que sufrió problemas mentales. Solo participó en la final de barra fija, la que menos giros en el aire requería, y se llevó un bronce. Un premio ínfimo para una gimnasta de época, que había redefinido los límites de este deporte.
Este sábado, Biles volvió a volar. Lo hacía 732 días después de abandonar la competición en Tokio. Fue en Illinois, en el U.S. Classic, un campeonato de segunda que apenas sirve para que algunas gimnastas saquen billetes a las finales nacionales. En su último ejercicio, se plantó en la lona sobre la que se corre hacia el trampolín del potro. Su cara era muy diferente a la de Tokio, donde el miedo y la inseguridad le nublaban los ojos. Ahora se la veía feliz, casi relajada. Corrió hacia el aparato y ejecutó un mortal doble Yurchenko, un salto inimaginable en la disciplina hasta que ella lo ejecutó en 2011. Ahora, con 26 años, tras un hiato largo, de los que pocos deportistas salen con fuerza, volvió a conseguirlo.
El salto, recibido con una ovación desaforada en un recinto hasta la bandera, fue la certificación de que Biles dejaba atrás los fantasmas de Tokio. En Japón, explicó que sufría lo que en EE.UU. se denomina los ‘twities’ (algo así como ‘girillos’). Es un bloqueo mental que impide a la gimnasta controlar su cuerpo en el aire. «No puedo diferenciar arriba de abajo», explicó poco después Biles en redes sociales. «Es la sensación más loca posible, no tener nada de control sobre tu cuerpo. Lo que todavía da más miedo es que, como no tengo ni idea de dónde estoy en el aire, tampoco sé dónde ni cómo voy a caer».
Biles no encontraba razones claras entonces para el porqué de ese bloqueo mental. Arrastraba muchos años de presión, en el máximo nivel desde que era una niña. También social, convertida en el gran exponente del deporte estadounidenses después de arrasar en los Juegos de Río de Janeiro, de donde se fue con cuatro oros -incluido el ejercicio completo- y un bronce. En Tokio podía tenía en la mano lograr algo histórico, igualar a la checoslovaca Vera Caslavska en ganar el oro en el combinado de aparatos en JJ.OO. consecutivos. Además de una preparación deportiva espartana durante más de una década, sufrió, como decenas de otras compañeras, las agresiones sexuales de Larry Nassar, que fue durante casi dos décadas el médico del equipo de gimnasia de EE.UU.
Biles dijo adiós a todo eso. Se convirtió en una activista de la salud mental en el deporte y trató de recuperar la vida no vivida. Encontró estabilidad en la terapia y en su fundación y el amor con Jonathan Owens, un jugador de fútbol americano con quien se casó esta primavera.
El romance con Owens fue público, pero llevó en secreto que había rehecho su amor hacia la gimnasia. El pasado otoño empezó a ir al gimnasio, solo para «juguetear». Pero este año, sin decirlo, se había puesto a entrenar con más seriedad. Para mayo ya estaba a tope y en junio se conoció que participaría en el U.S. Classic.
En Illinois, vapuleó a sus rivales. Comandó con dominio insultante el ejercicio completo, pese a que en esta edición comparecieron grandes gimnastas. Entre ellas, Sunisa Lee, la campeona de la combinada en Tokio, otras cuatro compañeras de aquel equipo olímpico -Jade Carey, Jordan Chiles, Kayla DiCello y Leanne Wong- y la nueva sensación de la gimnasia estadounidense, Joscelyn Roberson.
Biles sacó cinco puntos de diferencia a la segunda -Wong-, una distancia sideral, la misma que hubo entre Wong y la 17ª clasificada. Biles se atrevió a hacer cosas con las que no pudo en Tokio. Como un doble mortal invertido con giro al salir de la barra de equilibrio, que eliminó de su rutina en Japón porque no era capaz de controlarlo. Sobre todo, se atrevió a sonreír. «Sabía que podía volver», dijo Biles después de su participación. Los Juegos de París del año que viene han ganado un nuevo interés.