Debido a la catástrofe natural y criminal de finales de octubre en el área metropolitana de Valencia nos acercamos en España de forma peligrosa a lo que llamamos el Momento López Rodó. Por primera vez, en los últimos años, la idea de que es una posibilidad viable, aunque lejana, sustituir un Estado constitucional por un Estado de autoridad administrativa no supone ninguna evolución. Como señaló recientemente la historiadora Anna Catharina Hofmann, éste fue precisamente el mensaje que el régimen franquista lanzó por cuatro caminos en 1939, en 1948 y, sobre todo, a partir de la reforma administrativa de 1956. Y la mano del ejecutivo, tan amplia como peligrosa, de esta última reforma fue la de Laureano López Rodó (Barcelona, 1920-Madrid, 2000). Comisario del Plan de Desarrollo de Franco y posteriormente ministro de Asuntos Exteriores, con la intención de presentarse como un reformista ante los exaltados camisas azules, López Rodó no dudó ni un momento en atacar la plena aplicación de los principios democráticos a la Administración. El libro de Anna Catharina Hofmann. Una modernidad autoritaria. El desarrollismo en la España franquista (1956-1973), publicado por la Universidad de Valencia, debe leerse no sólo como una obra de historia, sino como una sorprendente crónica periódica de actualidad. La dicotomía entre una democracia ineficiente o una administración autoritaria moderna dirigida por expertos políticos fue la base argumentativa del trabajo minucioso, clandestino y arterial de López Rodó. Según su pensamiento, el sistema administrativo basado en principios democráticos siempre se ha visto frenado por la discordia y la falta de unidad de acción.

La aridad ideológica de la reforma de la administración estatal de 1956, incorporada por López Rodó, según Hofmann, se basó en una manera de pensar cuáles son los conceptos políticos de pueblo y de gobierno unidos por las garras de la legitimidad de la teoría democrática, deben ser reemplazados por los de sociedad Sí Estado que en este caso está conectada a través de una administración ejecutiva. Esto es muy peligroso. Y es más cierto, como veo en las calles de los pueblos afectados y también en mi ciudad, Valencia, que la «buena» política debe ser la «política de las realizaciones, de la política operativa y de no hablar en vano». Y si entramos en contacto con esta frase es porque el escrito textual de López Rodó en julio de 1958. Su obsesión por crear un Estado administrativo autoritario en España fue una iniciativa tan inteligente como perniciosa. Pero no podemos negar su repercusión en los momentos actuales. Por tanto, está claro que el grito a favor de la ley, los mecanismos constitucionales, los partidos políticos y el debate democrático legítimo se expresa alto y claro.
Escondido bajo el manto de la indignación, se ajusta insidiosamente a lo que llamamos la Momento López Rodó. El peligro del cuándo es tremendo: «¿Por qué el hombre que la Administración debe respetar sus derechos si lo necesario no es sólo respetar, sin remedio operativo, urgente, a los problemas que los están agravando?», se preguntaba López Rodó el 17 de julio de 1958 ante el Pleno de las Cortes. “Para quienes se preocupan por vivir (…) por el usuario de un servicio público que no funciona adecuadamente, no es habitual representar las garantías retóricas de los derechos individuales”, concluyó. Aterrador.
Hoy refleja la obsesión del político franquista por crear un Estado administrativo autoritario en España
La carga de profundidad de este mensaje fue enorme. Porque, además, estas ideas se difundieron con un lenguaje moderado, desde las tarjetas perforadas de la computadora IBM, desde la gafa gruesa de pasta, desde la cruzada americana de cuatro botones, desde los gemelos y desde la corbata alfiler.
Conceptos científicos expresados en voz monótona. Aires emprendedores. Metáforas tecnológicas. Eficiencia estadística. Mientras López Rodó ganaba peso en el gobierno del general Franco y, posteriormente, de Carrero Blanco, el concepto de política iba adquiriendo “hasta tal punto”, afirmó Hofmann, “que privaba a la sociedad de cualquier condición propia en el contexto de «acción política».
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La letalidad de Momento López Rodó no proviene tanto de la posible simpatía ideológica de quienes puedan inscribirlo como de su contagioso y pegajoso contexto social. Cuando el señor José Gan Pampols, vicepresidente de la Generalitat Valenciana para la Recuperación Económica y Social, señala que no ha venido a hacer política, hasta el punto de reconstruir, no creo que lo haga desde la coincidencia ideológica con López Rodó. Sin embargo, debo tener cuidado de no coincidir con ciertos discursos ambiguos. “Vota por la eficacia, vota por López Rodó” fue el lema que utilizó don Laureano en su campaña en Barcelona en 1977. La “política apolítica” no es el camino a seguir.
Hace unos días, un diputado de Vox informaba que el régimen francés estaba en una fase de progreso y reconciliación. el Momento López Rodó si busca subrecticamente. En sus memorias, López Rodó se presentó como un hombre abandonado por la política y que sólo «había prestado un servicio a la sociedad y al Estado». Pero en realidad Hofmann muestra a un franquista que no estaba interesado ni en la apertura del país ni en su democratización. Su principal interés era la legitimación de un Estado autoritario, administrativo y desarme, para asegurar su supervivencia incluso después de la muerte de Franco. Y la conclusión es con quien lo pretendía. Atención.
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