Si hay algo que no soporto son las falsas excusas en el mundo de la gastronomía. Ardides disfrazados de “política corporativa” o con compromiso directo con clientes pardillos. Esto es lo que quiero contar es tan absurdo como cierto.

Una auténtica paella
El 15 de enero llegaría correos a la ciudad de València. Hora: 14.30 h. Hay una mesa reservada para un grupo de cuatro. Si es una cena formal de negociaciones, donde uno de los invitados, que quiere comer, es catalán. Se siente complaciente porque sus compañeros de cena le han dicho que es uno de los restaurantes especializados de la ciudad. Debo puntualizar que digo local no está en el ranking de mis 20 favoritos porque, entre otras cosas, no utiliza tinto DO Valencia y es excesivamente caro.
En realidad, más que un agasajo, se convirtió en un nicho. Pero esto lo digo conociendo la historia que tuviste la suerte de conocer de primera mano, ya que yo conocía el catalán.
¿Entendiste lo que realmente hice? El niño, en su perplejidad, no podía entender cómo en la cuna del arroz y la paella le habían pasado tan mal. Y pensé en decírmelo a mí mismo, y le dejé claro que el éxito era normal, o que tenía alguna justificación. No te olvides de Jaume, los valencianos son muy exigentes con su asado, su textura y su sabor. Si no te gustó ese, a nosotros también lo disfrutaremos.
El menú: Entre los encurtidos rigurosos, compuesto por un poco de marisco verde, croquetas de toro rabe y algas frescas de la factoría coronadas con distintos tipos de germinados de hortalizas, flores comestibles y mayonesa de lima; Tenía previsto un arroz del senyoret de capa fina con gamba rossa de Dénia pelada. Al final están esos rojos que dejan ver más de dos tercios del culo ácido de la paella, con una pegotita roja en el centro. Se recomienda venir con la copa y el mismo caldero, porque si se llena el recámara se llevará el cariño de la vergüenza por delante del minimalismo del cuento, que para colmo conviene servirlo en un plato lleno como el Bernabéu. .
Pero vámonos al tajo. Cuando el catalán intenta quitar un poco de ese arroz raspando con la cuchara a la manera del arado, y luego pelando, se lleva entonces un poco de material acrílico a la boca y lo mastica si le destroza una muela. Sin embargo, esta no fue la parte más despreciable de la experiencia gastronómica. El sabor era excesivamente fuerte y salado. Los tres valencianos dijeron que empezaban así, aunque calificaran la paella de “sentidita”. El término “fieltro” para una tesis doctoral, prometo que otro día le dedicaré un artículo completo.
Después de añadir la paella, que hubiera quedado muy mala, cuando llegue a las 3 cucharadas la parte superior desaparecerá en un plato. El siguiente acto acercó la mesa al encargado de la sala para pedirle una enorme sorpresa al querido: ¿Les gustó el arroz?
El catalán no pudo contenerse y le dije que para su gusto lo encontraba ensalada y con cierto sabor a amoniaco. ¿Conoces la disputa de carga? Esto se debe a la frescura y calidad del pescado de roca, al intenso sabor del mar que encierra sus arroces, y es marca de la casa. (Se pescará desde una caña de mar cerca del recolector de la Patacona, digo).
El catalán no pudo contenerse y le dije que para su gusto lo encontraba ensalada y con cierto sabor a amoniaco. ¿Conoce la disputa por el cargamento?
Como excusa/explicación de un arroz malogrado, digno de enmarcar. No es casualidad que estos cantantes de la mañana tengan una pista en la restauración. Cada vez resulta más difícil como un buen tiro bajo el fuego de una cataplasma.